sábado, 28 de febrero de 2015

DE INSULTOS, DELITOS Y OTRAS LINDEZAS

 

Saludos.

Pues como está de rabiosa actualidad escribir sobre insultos, delitos y otra lindezas, no me resisto y me sumo a la cohorte de opinadores. Lo siento porque quizás sea mi opinión la menos importante, que esté fuera de lugar o que me esté metiendo en un berenjenal.

Antes de sumergirme en mis reflexiones y trasladarlas al papel (la pantalla), haré, otra vez, una declaración de un principio que no es nueva, que he manifestado en muchas ocasiones y que, probablemente, volveré a repetir mas veces en el futuro:

No me gusta que en mi Estadio se cante contra los otros independientemente de la parte alícuota que lo practique. No me gustan los “puta Beti”, “puta Madrí”, “puta Barsa”, “puta Atléti…” . No, no me gustan y no me gustaron nunca y ni siquiera transijo con los “a segundaaa oe” (ojalá que nadie me lo vuelva a cantar a mi nunca mas). Y no me gustan otros mas que ya no es necesario exhibir porque todos los conocemos. No obstante, con el “Tebas vete ya” y porque solo es la expresión de un deseo justo y necesario (no un insulto) lo admito con reparos.

Y no me gustan porque menospreciar y ofender a otros no es digno, no es elegante, no es sevillista y es, por cierto, una catetada de mayor cuantía, una vulgaridad insoportable y a mi, particularmente, me parece que nos rebaja porque considero que nuestra Categoría como Club (un Club es solo un ente abstracto y serán las personas que lo componen, del primero al último, los que le den sentido) debe estar muy por encima de estas expresiones de inmadurez.

Y por tanto, a mi, NO ME GUSTA. Deberíamos animar sin descanso, dejándonos las gargantas, empujando a los nuestros y olvidarnos de los otros, ganarles y punto. Y punto.

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Pero ocurre que somos de la tierra que somos. El motor del castellano, español o como queramos llamarlo y junto con los iberoamericanos y canarios, es el andaluz (en genérico) y el más dinámico, creativo e imaginativo de cualesquiera otras versiones y tierras de la Iberia donde se hable el idioma de Cervantes. La mayor parte de lo novedoso que recoge cada año el DRAE, o viene de América y Canarias o de Andalucía. No me lo invento. Investiguen.

Aquí, con nuestras maravillosas formas de hablar y con los acentos de cada región, las “palabrotas” son parte intrínseca, habitual y cotidiana de nuestra forma de manifestarnos y desde tiempos inmemoriales. Es frecuente decirle a un amigo: “pero qué hijoputa eres”, “qué cabronazo estás hecho” (machistas ambos y no se libran a pesar de que las mujeres, en versión femenina, también los hayan incorporado a sus léxicos) o “serás mamón” (por ejemplos), poniendo una sonrisa en el gesto y dicho más como halago que como una afrenta. Sin embargo, en otras zonas del país no se entiende esto y hay que cuidar el lenguaje cuando hablas con ellos. Advertirles que no los estás insultando y que no es mofa (tengo, como tendrán otros muchos, anécdotas al respecto).

Aunque no soy muy dado a ello, yo también lo hago en ocasiones porque yo soy de aquí y hablo como los de aquí. Me educaron (y a menudo me reprimieron) en mi familia sin usar groserías (ésas “palabrotas”) al hablar. Pero cuando uno llega a la pubertad, cuando cree que ya lo sabe todo y que es el más listo del mundo, emplearlas en las relaciones con los amigos era todo un desafío, una forma de rebeldía, supongo, que luego conservarás para siempre.

Ésos mismos “insultos”, por escrito, no tienen igual valor y en general son peligrosos porque no se puede apreciar la expresión facial que es, no lo olvidemos, definitiva para la comunicación global entre interlocutores.

Pero todos ésos denuestos que en el uso individual no merecen mayor atención, cuando se utilizan de forma colectiva, si. Coreados en grupo, alcanzan un valor difícil de digerir sobre todo cuando no tienen justificación aparente, no mejoran en nada tu situación (salvo la inherente descarga sicológica en mentes poco dadas a la reflexión y acaso, con tintes de primitivismo poco edificante) o solo sirven para molestar gratuitamente. No los entiendo.

Cuando se cantan ésas vejaciones a los contrarios en un partido, la victoria no es ni siquiera pírrica. Y no lo es porque los otros la compensan con el mismo afán, el mismo ímpetu e igual resultado: no sirven para nada (aunque habituados a ellas, es probable que se echaran en falta de no producirse). Siendo que la mejor forma de “humillar” en ganarles, todo lo demás huelga.

Por ello, cuando desde determinadas instancias se pretenden reprimir las formas naturales de expresión (sean o no acertadas o de mal gusto) de un pueblo (los que toman ésas decisiones son, como decía antes, de otras regiones y por tanto puede que no logren entender nuestro desparpajo y además, no les interese entenderlo), lo van a tener complicado aunque, todo sea dicho, hayan abierto oportunamente otra línea de crédito, otra libreta donde almacenar fondos para gastos de diario (que son enormes solo en restaurantes, por ejemplo). Y si además les hacemos el juego y nos rodeamos de colaboradores necesarios dentro de nuestras filas…¡viva el vino! que decía aquel de cuyo nombre no quiero acordarme. Verbigracia.

Pero vayamos al asunto candente: los supuestos y nefastos cánticos de un grupo de aficionados en el Villamarín.

Hay quien dice (y no puedo comprobarlo) se que venían produciendo desde 2013. No lo sé, insisto, pero invocar eso y luego preguntarse ¿por qué ahora? para, inevitablemente, echar mano del victimismo o la persecución, las manos negras o las maniobras orquestales en la oscuridad, es tan aberrante y tan estúpido que causa estupefacción. Si eso fuera así y llevaran ésos dos años repitiendo ésa barbaridad, es un agravante monumental y tan perjudicial que sorprende que los haya tan cortitos, tan ciegos o tan necios. ¿Si alguien no los hubiera aireado y mostrado al resto… se seguirían produciendo sin mayor problema?

Otro, en un ejercicio incomprensible de análisis lamentable porque en su afán de distanciamiento y desde ésa perspectiva, solo consigue ahondar más en el despropósito y además, lo vicia de hincha descerebrado antes que de la persona coherente y equilibrada que pretende ser, alcanza a preguntarse si no nos encaminamos al “fin de las libertades”. ¿Fin de las libertades? Me parece que todavía habrá que explicarle a alguno qué significa “libertad” o, por el contrario, que defina qué es para él la libertad.

Consiento en que las nuevas medidas “antiviolencia” son, en general y en determinados aspectos, un dislate cósmico y que más antes que tarde, alguien deberá ajustar eso. Y lo afirmo porque por encima de las potestades de la Liga de Fútbol Profesional y de la Real Federación Española de Fútbol, hay unas normas mayores que se llaman Constitución Española y Código Civil. No es de recibo soportar que seamos culpables hasta que demostremos lo contrario. Tampoco que se erijan en jueces señores que ni tienen la capacidad suficiente, ni la autoridad moral, ni siquiera personal para juzgar. Y si hablamos de ética, acabamos enseguida: ni pizca, nada. Cero.

Hablar de violencia en el deporte fútbol, desde el césped al ministerio y antes de llegar a los medios o a las gradas donde moran los aficionados, habría que abolir y abatir el conglomerado de intereses económicos o de las violentísimas y brutales diferencias tras los que se esconden éstos puritanos, éstos farsantes que ahora pretenden enseñarnos civismo a palos crematísticos, sabiendo, como saben, que no hay mayor impotencia que saber de antemano que te van a vapulear los poderosos. Eso es un motor de violencia extrema, de exacerbación permanente que a veces, lamentablemente, concluye es barbaridades sangrientas.

Estos son los que, otra vez, toman la parte por el todo interesadamente. Pero no de todas las partes ni de todos los todos. Estos crean pantallas, salpicando a todo el mundo (haya o no causa o sea ésta de escasa entidad) para ocultar hechos gravísimos acaecidos en otras de aquellas partes, en aquellas que deben ser “cuidadas” con especial interés para su lucro opaco. Así, es imposible creerlos y lícito dudar rotundamente de su ecuanimidad. No hay caso, señoría. Viciados de parcialidad manifiesta porque enmierdar a todos para defender a unos pocos (los realmente peligrosos, los “suyos”) es vomitivo.

Otros hablan de trato “discriminatorio” y ahí sí que entiendo que tienen razón… aunque no el mismo sentido. Todo está configurado para que el duopolio gobierne y controle todas las estructuras del fútbol español. Y controlar todo significa todo: Liga de Fútbol Profesional, Real Federación, Ente Arbitral, Ente de Justicia Deportiva y, la última perla, Antiviolencia.

No es de recibo que pretendan “ejemplarizar” aplicando medidas desproporcionadas, fuera de lugar e inoportunas a depende quién (a la mayoría silenciosa, al resto de clubes que mantienen, amparan y toleran ésa farsa); no es de recibo que se pretenda ejercer “todo el peso de sus leyes” a solo una parte (aunque sea la mayoritaria), dejando en suspenso o en el limbo (directamente o no queriendo ver), las fechorías toleradas al duopolio y alguno más. ¿Nos contamos los muchos casos en que se van de rositas los poderosos? No será necesario.

Y como no es de recibo pero ocurre todas las semanas, la discriminación es real y no solo al Real Betis. Ahí cabemos muchos más, víctimas de nuestros propios pecados.

La supuesta apología de la violencia “de género” (nunca hubo manera mas incongruente de llamar a la violencia pura, se produzca donde y contra quien se produzca), no solo es éticamente una aberración, sino que además, es un delito. Y de la misma forma que a veces me he visto imposibilitado de acudir a mi Estadio porque un grupo de ultras haya hecho una fechoría que pagamos todos (culpables y la mayoría inocente) o la estupidez de desposeer a los aficionados de sus bufandas, me rebelo ante la acusación que se pretenda transmitir de que toda la afición del Real Betis sea cómplice de ése desaguisado. No puede ser y no solo es injusto, también es imposible.

Si es cierto todo ello, los propios béticos (la inmensa mayoría) deberían ser los primeros en condenar, señalar y aislar a los energúmenos y sus barbaridades. Y los demás, cuando nos suceda, igual. No hace mucho tiempo, se premió a una afición tras un incidente vergonzoso que debió haber sido todo lo contrario. Pero los criterios con los que se juzgan éstas cosas y quienes las juzgan, se pierden en mundos incomprensibles y por ello pretende castigar (insisto: como medida supuestamente ejemplarizante) a tantos inocentes.

La educación restrictiva o coercitiva nunca dio buen resultado, pero los valores por los que no movemos en éstos tiempos quizás no sean los más adecuados para refrenar determinadas actitudes. Incluso se las potencia de muchas y sutiles formas y maneras.

Pero ampararse en ideas fantasmagóricas como defensa de un supuesto delito y sus consecuencias, no es acertado y puede que eche aún más mierda en algo tan nefando.

Es cualquier caso, lean la carta de Andrés Ortiz Moyano en El Desmarque de hace dos días (ya no se pueden poner links).

Esto es un juego maravilloso y que a veces, no muchas, nos depara satisfacciones igualmente maravillosas. No lo convirtamos en campo de batalla para otros intereses bastardos. Ni consintamos que otros lo conviertan.

Cuidaros.

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