miércoles, 21 de enero de 2015

SERA EL DOMINGO

 

Saludos.

“Y nos fuimos a ver una partida de foot-ball, un juego sin protección de R.O., sin pedagogos profesionales, sin tendenciosidad de patriotismo de trapo y no de fibra viva, sin otra disciplina que la que surge del juego mismo. Y como más espontáneo y más libre y menos intervenido, mas educador y más… divertido.”

(Miguel de Unamuno, “Boys-scouts y foot-ballistas” 1923)

El sport: el deporte. Fue Emilia Pardo Bazán, nacionalista profunda, quien insistiera en “castellanizar” el término procedente del Reino Unido, con notable éxito, por cierto, puesto que la propuesta perdura en el tiempo. Otro vocablo de la misma procedencia (el no menos famoso “balompié” de Mariano de Cavia), no tuvo similar suerte y hubo de quedar relegado, irremisiblemente, por la versión fónica del “foot-ball” original: el “fútbol”.

Eran jóvenes formados en otras tierras, en otros sistemas educativos. Sistemas que habían incluido, desde hacía unos años, el ejercicio físico reglado como parte en el aprendizaje del individuo, haciendo suyas las ideas regeneracionistas herederas de las Sátiras de Juvenal y su:

“…orandum est ut sit mens sana in corpore sano.
fortem posce animum mortis terrore carentem,
qui spatium vitae extremum inter munera ponat
naturae…”

Adelantados, punta de lanza de los vientos del norte, de aquellas maneras innovadoras que lograrían imponerse a…

La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.

…aunque tardaríamos décadas en asimilarlas plenamente en la “piel de toro”.

Pero el foot-ball arraigó en un país educado, como ninguno y durante siglos, en el triunfo indiscutible de las individualidades. Mitad ácratas, mitad dictadores, casi todos egoístas (el egoísmo es, curiosamente, uno de los pecados más firmemente repudiados en éste sport), resulta llamativo que un juego colectivo, tan numerosamente colectivo, supiera absorber, modificar y coordinar a tantas personalidades distintas, a tantos artistas de lo propio, para ponerlos unidos a luchar en beneficio de lo colectivo y sin considerar que el premio será menos de la onceava parte del éxito.

Y sin embargo, aquel Unamuno (autor también de “…que invente ellos…”, una de las frases más desafortunadas de la Historia) ya había tenido su “partida” con Ortega y Gasset y sus defensas sobre la “españolización de Europa” o la “europeización de España”. Ganó el segundo aunque costara mucho trabajo y mucho tiempo. Casi siempre demasiado de ambos.

Aquellos jovencitos de cuerpos atléticos, llegados de la “pérfida Albión” (vindicada más tarde cuando nos echaron unas manos para expulsar a los “gabachos”), traían sus modelos, sus costumbres y sus sports. Sus deportes, que echaban de menos, tuvieron que plantarlos en la Híspalis.

Había arte y magia en la filigrana escocesa y los nativos (avispados mozalbetes de ojos negros y miembros finos, sílfides resistentes y flexibles, hechuras de matador), sevillanos amantes de la floritura, de la virguería, del adorno y de la exquisitez, no podían dejar de atrapar (y dejarse atrapar) por aquella forma de toreo de grupo, hacerla suya y reinventarla más tarde llevándola a las cumbres del Arte creando Escuela.

¡Qué fuerza no tendría aquel invento extranjero como para relegar a la “fiesta nacional”!

Porque darle patadas a las cosas no era costumbre novedosa. Sin embargo, hacerlo a una tripa inflada, recubierta de cuero y con un objetivo, unas normas y un fin, si. Y ello a pesar de los zulús y de la inquina de algún guardia poco formado, de los escandalizados moralistas y de la cerrazón de los obtusos.

Y desde entonces el barroquismo innato y genético, genial fruto de siglos de cruces y mestizajes en un pueblo acogedor de lo ajeno para convertirlo en propio, puso el resto y transformó lo bueno en mejor. Hasta el punto de, incluso, rebautizar a los protagonistas: D. Eduardo, D. Hugo… Tanto que algunos volvieron a sus tierras (otros muchos se quedaron aquí para la eternidad, allá por San Jerónimo) con sus nombres nuevos, nombres sevillanos y hasta la muerte. Como siempre, como antes y como ahora,

Osados y adelantados, no obstante, porque imaginamos las tremendas dificultades que hubieron de soportar si pensamos que mostrar los cuerpos (hoy tan normal) entonces debió conmocionar (lo hizo en muchas ocasiones), a las pacatas mentes hispanas de finales del siglo XIX.

Eran los “locos en paños menores”, eran los “raros ingleses” y sus extravagantes costumbres. Y sin embargo y desde el principio mismo, los nativos andaban por allí (“éramos mitad españoles, mitad británicos”). Los sevillanos participaron activamente del fenómeno que se extendería por todo el orbe, cautivando a millones y millones de fieles seguidores, pasionales adeptos del juego pensado para mantener los cuerpos en buena forma.

Leitmotiv para tantos tan dispares, tan diversos, tan maravillosamente distintos…

Aquellos pioneros nos inculcaron el ansia de jugar en grupo, de luchar, de ganar. Ansia sibarita por el arte del balón, del buen hacer, de la estética física del dribling y de la finta, del shoot, del goal… de la magia que contiene algo tan elemental y tan complejo como llevar un balón a patadas, solventando a los oponentes con velocidad y destreza, para meterlo en un pequeño recinto enmallado, noventa o cien metros más allá.

Un ansia al alcance de todos porque puede que sea uno de los deportes más democráticos y desde más antiguo, mas transversal, el que acepta y admite a todos, desde niños. sin considerar la procedencia, la extracción social o la capacidad intelectual: Aquí cabemos todos.

Y el éxito del foot-ball radica, seguramente, en la conexión cerebral y ancestral de la batalla, de la conquista, del ego de saberse mejor y demostrarlo. Vencer y conquistar. Dominar solo con las armas de físicos y mentes rápidas.

De tanto practicar y mirar más tarde, nos hizo jueces entendidos y sagaces, expertos y exigentes, duros y a veces despiadados porque sabemos de lo que pontificamos. Es complicado engañar a las audiencias de los futboleros. Es inútil la impostura en quienes dominan las formas, los tiempos y los esfuerzos. Los espectadores de fútbol en, general, saben de lo que hablan. En muy pocas otras actividades sociales encontraremos ésta concurrencia de conocimiento, de sabiduría y de buena degustación para juzgar porque la mayoría ha sido cocinero antes que fraile.

Aquellos precursores crearon "la Sociedad" (el más sólido Club, a la sombra del cual florecerían todos los demás) marcando el rumbo, mostrando el modelo y el camino para dominar Andalucía durante 125 años. Desde el instante inicial y que ninguno ha sabido repetir ni emular.

Todo eso ocurrió aquí, en Sevilla, a principios de 1890 y en el día de Robert Burns. Hubieron de remar milla y media hasta el Hipódromo de Tablada para ejercitarse (es fantástico lo que narran) bajar del esquife, jugar el match y volver remando de nuevo. El guión es sensacional y te quedas con las ganas inmensas de saber más, de conocer aquellas historias, de escuchar a los protagonista. Inventaron el deporte de invierno y el de verano.

Se reunieron alrededor de unas cervecitas y comenzaron la Historia. Luego buscaron contrincantes más allá y en la primera batalla, vencieron.

¡Quién pudiera tener acceso a las memorias de aquellos tipos! ¡Qué cosas contarían allí, en sus tierras originales, de las experiencias sevillanas!

Porque ya podemos decirles a las generaciones venideras, con total autoridad, que el primer goleador oficial de la Historia del fútbol de Sevilla (y por extensión, del resto del país) se llamaba Ritson y que el segundo se vistió de payaso para la ocasión.

Y transmitirles que el primer árbitro conocido en España era D. Eduardo Farquharson Johnston quien, a su vez, fue el primer Presidente de un Club de Foot-ball, y quien reunía el respeto unánime de los contendientes y conocía las normas (Association Rules) perfectamente.

El domingo, en el día del poeta nacional de Escocia, celebraremos con todo el orgullo que desde aquel norte frío y distante, nos enviaran a un puñado de sus hijos para enseñarnos a jugar al foot-ball, para hacernos Club y para llamarnos, ya para siempre…

SEVILLA FOOTBALL CLUB

DESDE 1890

Lo que tantos sabemos, que lo sepan todos.

FELICIDADES, SEVILLISTAS.

FELICIDADES, SEVILLA FOOTBALL CLUB

El próximo domingo día 25 es nuestro cumpleaños y estamos todos invitados a la Historia.

Cuidaros.

sábado, 10 de enero de 2015

¿DÓNDE ESTA WILLY?

 

Saludos.

Pues sí, el amigo Willy Toledo la ha liado gorda y no tiene cuello para tanto colmillo.

Willy Toledo

Willy, con buen criterio, osadía a raudales y sin anestesia, solo nos ha mostrado a nosotros mismos, nuestra entretelas y nuestras falacias, en un ejercicio de sinceridad que pocos estamos dispuestos a tolerar. Algunos, nada.

Y ya sabemos que funcionamos administrándonos drogas (psicofármacos) para olvidar, para hacernos más llevaderas las existencias penosas que la inmensa mayoría soportamos, diseñadas científicamente por ése grupito que no sufre de existencias penosas. Drogas que nos buscamos (adictos a casi todo) o que nos buscan de mil maneras diferentes para que miremos allá y no acá, a aquel lado y no a este otro… para que nos distraigamos con las baratijas, collares y espejuelos mientras nos sustraen los subconscientes y nos intoxican de banalidades, sandeces y simpleza supina.

O wonder!
How many goodly creatures are there here!
How beauteous mankind is!
O brave new world,
That has such people in't.

Porque Willy dice que lo que aquí al lado es espantoso, un poco más lejos ya no lo es tanto y en el otro extremo… no existe.

Willy nos dice “hipócritas” a gritos y eso, a los hipócritas, nos duele sobremanera, no lo soportamos. La imagen de nosotros mismos reflejada es tan horrorosa que rompemos los espejos, nos justificamos de aquella manera (todo es posible en Somatown) o matamos a los mensajeros. Lo que sea para no vernos las tripas, los colmillos ni los ojos inyectados en sangre.

Fausto y Dorian Gray, juntos y revueltos.

¡Con lo bien y civilizadamente que masacramos los cristianos!

Willy ha sacado los pies del plato y no han faltado ejércitos de verdugos dispuestos a cortárselos. Talibanes de un lado, talibanes de otro. Planeta Talibán que igual usa un lápiz, una metralleta, un virus o una bomba de neutrones para destripar. Mejor en HD pero sobre todo, en nombre del dios.

Del nuestro, por supuesto, que es el bueno.

Las armas de destrucción masivas (¿recuerdan?) no eran las bombas de Sadan Husein (que nunca tuvo aquel amigo, enemigo, cadáver). Esas las inventó el educado y refinado occidente y se las lanzó a sí mismo revestidas de democracia y medios de comunicación, en un cóctel letal y de alcance universal cuyos efectos primarios, secundarios y hasta terciarios, marcan genéticamente a varias generaciones. Y las seguirán marcando. Y cada vez más.

Efectos colaterales. Fuego amigo. Todo sea por mantener nuestros status occidentales aunque sea a costa de nosotros mismos. Y excluyendo a todos los demás, por supuesto.

Nosotros matamos legalmente porque tenemos un impreso oficial, convenientemente sellado y registrado, que nos lo permite. Los otros no lo tienen y por eso son asesinos y criminales brutales, mas allá de toda consideración humana. No están civilizados. No saben matar bien. Son chapuceros y chocan con nuestro perfeccionismo (a pesar de los años que llevamos intentando educarlos en las maneras sutiles del virtuosismo perverso de la muerte bien hecha).

Los soportamos solo porque son magníficos clientes de nuestros inventos diabólicos, de nuestros juguetitos para destrozar vísceras y sobre todo, porque siempre tendrán algún pozo de petróleo o una mina que debamos administrarles. Ellos no saben.

La barbaridad contra Charlie Hebdo es tan barbaridad como las otras, las que perpetramos nosotros (los civilizados cristianos) y de las que no hablamos, no las comentamos, no saltamos como resortes al cuello del primero que diga un discurso distinto. El primero que provoque nuestras dulces conciencias.

¿En cuántas guerras por todo el mundo andamos metidos o provocado los civilizados? Pues mientras sean allá lejos, sin problema. La cuestión, como estamos viendo, cambia radicalmente cuando los tiros nos suenan en nuestras calles, en nuestras puertas. Cuando las balas que les enviamos allí, viajan por aquí cerca.

¿Por qué, de repente, la “libertad de expresión” se nos ha hecho tan doméstica, tan de uso diario, tan vulgar? ¿Por qué tantos pocos (que ahora claman a los cielos sin tapujos y mirando a Willy) no han gritado (ni clamado al cielo sin tapujos) contra la mordaza gubernamental reciente? ¿Por qué aún no han empapelado a Willy por eso mismo?

Pero todas las leyes son buenas porque yo no las incumplo.

“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era
comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era
socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era
sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era
judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había
nadie más que pudiera protestar.”

Entonces no habíamos inventado todavía a los talibanes del Islam.

¡Guárdate de los Idus, Willy! Las nobles conciencias civilizadas no habrán de perdonarte nunca.

Cuidaros.