miércoles, 2 de septiembre de 2009

CUENTO DE VERANO -III-

Saludos.

Un año hicimos una excursión a Las Marismillas, junto a la desembocadura del Guadalquivir y frente a Sanlucar de Barrameda.

Tanto para llegar a la colonia como para ésa excursión, se usaban tractores a los que se acoplaban unas vigas de hierro, por delante y por detrás, y sobre las que se instalaban plataformas de madera.

Y tanto el día de llegada a la playa como el de regreso, imaginaros la montaña de utensilios, maletas y niños que disfrutábamos de la experiencia.

Pues para ir a Las Marismillas, sin bultos, a cuerpo limpio, se alquiló un tractor entre varias familias.

Por supuesto, hubo bofetadas para lograr una plaza en la plataforma de delante, la que debía abrir la marcha y desde donde se podrían "descubrir" los tesoros que arrojaba el agua en los veintitantos kilómetros de playa virgen que debimos rodar.

Las inevitables bolas de cristal eran el premio más codiciado y resulta que mi hermano mayor, jugador de fútbol como portero, se convirtió en el mejor recaudador: abusando de sus magníficas condiciones físicas, saltaba del tractor en marcha y se lanzaba sobre ellas, un par de metros antes de que llegaran los demás, en magníficas estiradas dignas de, por lo menos, un Zamora.

A pesar de mi corta edad entonces, tengo tan grabado ése viaje que creo que nunca podré olvidar las sensaciones que me produjo.

Un tractor rodando por la playa, si hay marea baja, es casi una autopista. Kilómetros de arena plana, golas, golitas y golazas, bandadas de gaviotas que levantaban el vuelo a nuestro paso, con un colorido maravilloso y un griterío infernal... Un paisaje infinito, desierto, todo naturaleza, agua y sol.

Pero si la marea está arriba debes circular, muchísimo más lento, por la arena seca. Y entonces la aventura se multiplica porque los altibajos de aquellas plataformas, sentados en el borde delantero con los pies colgantes, se asemejaba al cabeceo de un buque con marejada por alta mar.

Los bocadillos de mantenimiento y el agua desaparecieron pronto.

En Las Marismillas descubrimos antiguas casamatas de artillería abandonadas. La imaginación -no podía ser de otra forma-, nos hizo ver, siguiendo las explicaciones de los mayores, a los navíos enemigos intentando adentrarse en nuestro río y nosotros, esforzados defensores, abatiéndolos a cañonazo límpio. En un rato mandamos diez o doce al fondo del mar. Ganamos los buenos, por supuesto.

También pudimos visitar un poblado prehistórico que sigue estando allí -como comprobaría años más tarde en una visita organizada a Doñana- y que para ser prehistórico, a nosotros los niños nos parecieron chozas idénticas a las que habitábamos en la colonia, en el barrio de los leprosos.

Desde la orilla onubense hicimos señas y vino a recogernos una barcaza desde la gaditana. Cruzamos la revuelta desembocadura del Guadalquivir para llegar a Sanlucar donde, curiosamente, me desagradó el color de la arena y del agua que llegaba desde Sevilla. Nada que ver con las que teníamos en Matalascañas, blancas y limpias, frente a las marrones fangosas y agua turbia de Sanlucar.

Comida y vuelta para reemprender el viaje mágico.

Y la vuelta, en su tramo final, se desarrolló a la puesta del sol, con lo que pudimos disfrutar de sensacionales vistas del astro rey reflejándose sobre el mar y la arena.

Continuará.

Cuidaros.

1 comentario:

Gol Sur, Tribuna Alta dijo...

Aunque soy bastante joven (el cuarto de siglo) recuerdo con cariño que, cuando iba las primeras veces a la playa, aquello no era una masa agobiante de gente, tal como es ahora. Recuerdo jugar al fútbol sin molestar, recuerdo pasear sin tropezar, recuerdo buscar mi sombrilla... y encontrarla. Evidentemente, ya la playa empezaba a parecerse poco a poco a lo que es ahora, y no tiene nada que ver con estas vivencias que nos cuentas.

Pero realmente, añoro una playa un poquito (aunque sea un poquito) solitaria. Como no tengo dinero para ir todos los días al norte de Portugal, a mi personalmente me encanta pasear en invierno (yo solo) por Cádiz, Cádiz capital. A veces hasta me mojo los pies.

Bueno, no me enrollo, que ya voy a empezar a aburrir. Me encantan estas historias.

Un saludo.